martes, 24 de febrero de 2009

Para los que niegan la Shoá

Por David Galante Para LA NACION

Soy sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Allí fui deportado junto con mi familia desde la isla de Rodas. No voy a dar nombres ni tampoco detalles. No importan las personas, sino los hechos. Los que niegan lo que yo viví tienen la suerte de que no podrán jamás experimentar una sola de las sensaciones que yo padecí dentro del campo.

Hace 64 años que convivo con los negadores, y nada de lo que digan podrá hacerme callar.
Y no es que les tema. Sólo me pregunto cómo es posible negar. Cómo poder negar el grito desgarrador de padres e hijos separados definitivamente por la muerte a la entrada del campo de exterminio, conminados a las cámaras de gas sin ninguna contemplación.

Cómo poder negar la bala que atravesó mi cara rozando mi nariz para estrellarse después en la frente del hombre parado a mi lado. Cómo poder negar el millón y medio de niños que no conocieron la adultez por el solo hecho de haber nacido judíos.

Cómo poder negar el laboratorio del doctor Joseph Mengele, en el que ingresé por accidente y en el que no se conocían otros conejillos de Indias que los seres humanos. Cómo poder negar las mentiras con las que nos iban llevando hacia el campo de exterminio. "Los llevamos a un campo de trabajo para alejarlos del conflicto, los llevamos a unas duchas para mantenerlos limpios", decía la misma persona que accionaba los controles de la cámara de gas.

Cómo poder negar los fusilamientos masivos de los Einsatzgruppen, que obligaban a los propios judíos a cavar las fosas en las que sus cuerpos caerían fulminados. Cómo negar los ancianos apaleados y fusilados en los andenes sólo porque sus cuerpos no tenían la fuerza suficiente para subirse a los vagones de la muerte. Cómo negar la sistemática sustracción de identidades, de familiares, ilusiones, culturas, lenguas, juventudes, miserias y esperanzas por millones.

Cómo negar la destrucción de comunidades, aldeas, ciudades, con sus colegios, sus sinagogas, sus negocios, sus fábricas, sus hospitales, sus parques y sus calles. Cómo negar los cuerpos de aquellos que sólo perseguían un sueño de libertad colgados junto a la barraca. Aquellos con los que nos tropezábamos cada día con la intención de disuadirnos de cualquier intento de fuga o, lo que es peor, de alimentar la delación de compañeros y amigos.

Cómo negar el hambre al que nos sometían cada día con la intención de destruirnos moral y físicamente. Cómo negar el olor a carne quemada que, corporeizada en chimeneas de humo negro, brotaba de los crematorios recordándonos con dolor a nuestros padres, hijos, hermanos, primos, amigos, que día tras día perecían allí. Cómo poder negar el destino trágico de mis padres y de mis tres hermanas. Cómo poder negar.

Y por si a alguien le queda alguna duda, les cuento que todavía, a mis 84 años, aún resuena en mis oídos una voz, muchas voces. Las voces de aquellos moribundos que con su último aliento apenas alcanzaban a decirme: "No te entregues, David, no te entregues. Sobreviví, aunque más no sea para contarle al mundo el infierno que viste aquí. Que no quede impune esta tragedia. Que nunca olvide el hombre por qué acabaron con nuestras vidas".

Cómo negar lo que mis ojos aún no olvidan, lo que mi piel todavía siente, el amargo sabor que en mi boca aún persiste, el insoportable olor que en mi nariz perdura y esa inconfundible voz de los moribundos que retumba en mis oídos y me hace recordar una vez más que estoy vivo para contarles lo que vi. Lo que estos ojos vieron nunca lo podrán olvidar.

La historia de David Galante está relatada en el libro: Un día más de vida. Rodas-Auschwitz-Buenos Aires, escrito por Martín Hazán (Editorial Lumière, Buenos Aires, 2007)
Fotos: Internet

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